Al principio todo es muy bonito
Cuando comienzas a estudiar y trabajar en los primeros proyectos de esta profesión, estás hipermotivado y con ganas de hacerlo lo mejor posible, aportas ideas y sacas lo mejor de tí. Quieres que el impacto de la campaña sea colosal y no pase desapercibido. Pero en ocasiones nos topamos con proyectos que nos hacen dudar la ética y moral de lo que está en nuestras manos. Y es que la publicidad es una profesión en la cual comunicamos un mensaje con un próposito que muchas veces traspasa la línea de lo ético, con el objetivo de hacer reaccionar a la audiencia de una forma previamente meditada.
Pero luego no lo es tanto
Como consumidores y espectadores de esas campañas podemos llegar a pensar… «Bah, eso no me influye, es solo un anuncio» pero nos afecta más de lo que podamos imaginar. A veces nos genera una necesidad que era inexistente; es inventada con el único objetivo de consumir un producto determinado. Hasta aquí no parece nada raro, ya que en nuestra decisión está el entrar o no en el juego.
Pero cuando trabajamos en algún área relacionada con la publicidad nos damos cuenta que esta tiene un lado más oscuro. Mucho más perverso. La publicidad y los medios de comunicación juegan con los estereotipos, hacen que arraiguen en nuestra mente y en nuestra forma de pensar, con ellos nos adoctrinan sin ser conscientes de ello, con el único fin de que sigamos consumiendo de forma irresponsable, que pensemos de determinada forma, etc…
Tal vez a alguien se le haya encendido la bombilla y le haya dado por preguntarse si esas prácticas pueden tener efectos secundarios en nuestra sociedad. Es posible que tenga algunos.
¿Qué mujer no querría parecerse a las modelos que protagonizan los anuncios? La expresión «ser una chica de anuncio» no ha llegado a serlo porque se nos haya ocurrido de repente. ¿Y qué me dices de esos en los que un hombre de torso desnudo ha de desprender unas pocas gotas de una fragancia sobre su definido pecho para que las mujeres que le rodean caigan rendidas a sus pies?
Todos estos anuncios transmiten unos valores en los jóvenes que de tanto verlo a nuestro alrededor, hallá donde vayamos, las adoptan como real. Llegan a transformar la percepción de nuestra realidad a su antojo. ¿Qué valores transmite todo esto a nuestros jóvenes? ¿Qué imagen da de las mujeres? ¿Cómo las hace quedar delante de todos esos adolescentes a los que nadie les ha dicho aún que el mundo no debería ser así?
Toleramos esto, incluso consumimos los productos que promueven y luego nos sorprendemos de que existan trastornos como la anorexia, la bulimia o la adicción a los juegos, y de que afecten a una enorme cantidad de jóvenes y no tan jóvenes. Cuando en las noticias nos dicen que una mujer, otra más, ha sido asesinada por la violencia de género, nos vemos sorprendidos, incapaces de encontrar una explicación razonable para semejante atrocidad.
Los profesionales de la publicidad tal vez deberíamos reflexionar un momento, plantearnos la posibilidad de que estemos haciendo algo mal y cambiar, porque si no lo hacemos nosotros, el mundo, ese mundo del que estamos hablando, difícilmente lo hará.
Somos responsables, en la medida que a través de las campañas transmitimos mensajes a la sociedad, independientemente del medio que usemos (radio, prensa, internet…) y esos mensajes crean una percepción de la realidad que aunque al principio no la aceptemos, si la vemos en cada rincón de nuestra vida, día si y día también, nos calará poco a poco, asumiendo esa percepción como algo real. Saben como funciona nuestro cerebro, como percibe la realidad y por lo tanto tienen la información necesaria para modificar esa percepción.